La insensibilidad hacia los animales y la creencia de que los seres humanos somos los amos y señores de todo cuanto hay en el planeta, nos ha llevado a usar a los animales de muchas formas. Para trabajar, para cazar, para defendernos, para alimentarnos… y también para experimentar.
La experimentación científica con animales se lleva produciendo desde que antes incluso de que naciera lo que conocemos como medicina moderna. Según datos del Ministerio de Agricultura, en 2015 los ratones fueron los animales con los que más se experimentó en España. 491.000 ejemplares pasaron por los laboratorios. Les siguen las aves de corral (99.000), en torno a 58.000 ratas, 55.000 peces cebra, unos 31.000 conejos y 9.000 cerdos. Los caballos y los burros tampoco se libran (210), ni los gatos (361), perros (896) y macacos (346). Unas cifras que, efectivamente, nos demuestran que hay mucho por hacer. Porque el fin no justifica los medios. Y en este caso, la experimentación les provoca grandes sufrimientos, alteraciones, traumas… y en muchos casos, la muerte. Pero, claro, durante décadas hemos justificado esto de dos formas muy cuestionables.
La primera: experimentar con animales nos exime de tener que experimentar con humanos, en las primeras fases de experimentación. De manera que si algo falla, las consecuencias son mucho menores (invisibles) que si el problema se lo ocasionamos a uno de nuestros semejantes.
La segunda: experimentar con animales nos ayuda a evolucionar en términos médicos y científicos. Es la forma más rápida de testar medicamentos, tratamientos, incluso los componentes químicos y los tintes que se emplean en las prendas de ropa. Si funciona con ellos, el proceso de que funcione con humanos se acelera.
Sin embargo, la ética de estas prácticas hace tiempo que se empezó a poner en duda. Tanto por parte de la sociedad como por parte de la comunidad científica. La búsqueda de una alternativa que evite tener que experimentar con seres vivos es cada vez más urgente.
Tanto es así que la Agencia Europea del Medicamento hizo público recientemente un estudio en el que apuesta por el reemplazo progresivo de animales por métodos alternativos. Con el objetivo de que ningún animal tenga que sufrir. En el estudio también participan el Comité de Medicamentos de Uso Veterinario (CVMP) y el Comité de Medicamentos de Uso Humano (CHMP), que llevan trabajando conjuntamente desde octubre de 2010.
Hasta que esta situación cambie por completo, se propone desarrollar e implementar un código para controlar las pruebas con animales que se utilizan en productos médicos. Este código se conoce en el ámbito científico como «Las 3Rs»:
1. Reemplazar los estudios con animales por otros en los que no se empleen.
2. Reducir al máximo la cantidad de animales que se utilizan en los estudios
3. Refinar los métodos y técnicas de experimentación para reducir el estrés y los daños que se causan a los animales durante los experimentos.
Próximamente se publicarán unas directrices que también regulen las pruebas reglamentarias para desarrollar y probar vacunas veterinarias, así como para la seguridad de residuos de alimentación para consumo humano.
Hasta que todo esto se aplique puede que pasen muchos meses, pero sin lugar a dudas nos hallamos ante una noticia esperanzadora que manifiesta de forma evidente que algo está cambiando. Porque incluso quienes tradicionalmente permanecían impertérritos ante el sufrimiento animal para defender sus intereses, empiezan a darse cuenta que infligir dolor a otros seres vivos y sintientes, habla muy mal de nosotros como especie que se las da de superior.