A medida que la sociedad avanza en materia de respeto y conciencia animal, nuestras conductas como ARISTOPADRES también evolucionan. Nos volvemos más exigentes con todo aquello que tiene que ver con nuestros ARISTOPERROS o ARISTOGATOS: desde su alimentación, pasando por los espacios pet friendly, acabando por los veterinarios.
Para nosotros ellos son un miembro más de la familia, por lo que esperamos que todo aquel que se relacione con nuestras mascotas lo haga desde el respeto, la profesionalidad y el cariño.
Por eso sorprende, aunque no tanto, que según datos de la Organización Colegial Veterinaria, las denuncias realizadas por ARISTOPADRES contra veterinarios hayan aumentado. Concretamente, se han multiplicado por tres en los últimos siete años.
Las razones por las que se ha producido este incremento son varias. El motivo fundamental tiene que ver con que, como decíamos, el concepto que tenemos de los animales se ha transformado de una forma sobresaliente en los últimos años (¡ya era hora!). Donde antes había un objeto, a ojos del Código Civil, por ejemplo, ahora tenemos seres vivos. Tan vivos como nosotros. Y en muchos casos, más nobles que nosotros mismos. De ahí que se produzca una mayor exigencia en los resultados facultativos.
Este cambio de paradigma también ha supuesto que ahora aumenten los tratamientos de casos clínicos. Cosa que hace medio siglo los veterinarios no hacían. Cuando un perro tenía una enfermedad grave, la recomendación era «que dejara de sufrir». Hoy, sin embargo, se les somete a estudios clínicos y oncológicos, en el caso de los perros con cáncer, por ejemplo. Queremos que nuestros ARISTOPETS estén con nosotros el mayor tiempo posible. Estamos dispuestos a hacer lo que haga falta; a pagar lo que haga falta y a agotar todas las posibilidades. Tal y como lo haríamos con un familiar. También juega a nuestro favor que la medicina veterinaria avanza. Eso va acompañado de un aumento de la esperanza, según la Organización. Y cuando no se cumple… acaba convirtiéndose en un arma arrojadiza que lanzamos contra el propio personal veterinario.
Las reclamaciones, según esta Organización, se dan casi de forma cotidiana en la vida de los veterinarios. Y se presentan de forma extrajudicial y judicial. Eso significa, básicamente, que los dueños se quejan verbalmente a los veterinarios. Expresan su malestar o desacuerdo con los resultados… o con la falta de ellos. Algo que siempre se ha conocido como «derecho al pataleo» y que, por primera vez, empezamos a ejercer sin tapujos ante unos profesionales a los que, durante décadas, nadie ha chistado. Las reclamaciones por vía judicial se presentan en las oficinas de los consumidores y también en los juzgados de lo civil. Esta vía, por descontado, es mucho más agresiva y las consecuencias para el veterinario, mucho más graves. De manera que pueden concluir en una inhabilitación para el ejercicio de la profesión, hasta penas económicas e, incluso, de cárcel.
Sin embargo, cabe destacar que aunque las reclamaciones aumentan, lo hacen en una proporción muy baja con respecto al número de consultas. Y sugieren que una de las claves para evitar problemas de este tipo reside en la comunicación. El cliente debe saber en todo momento los riesgos a los que se expone su mascota para poder decidir en consecuencia.
Asimismo, esta noticia también pone en valor a esos «veterinarios de confianza» que están con nuestras mascotas desde el principio y siempre trabajan con cariño, rigurosidad y profesionalidad. Si tienes uno así, valóralo. Como suele ocurrir, encontrar a un profesional en el que puedas confiar a todos los niveles es una gran suerte.