Los galgos, esos perros que cuando te miran te roban el corazón, ya eran conocidos por los romanos en la Edad Antigua. De hecho, su nombre proviene del latín vulgar: Gallĭcus canis, o lo que es lo mismo, “perro de la Galia”.
Según la Federación Cinológica Internacional (FCI), los galgos descienden de los antiguos lebreles asiáticos y están clasificados como lebreles de pelo corto -aunque también existe la variedad de pelo duro. Los galgos pertenecen a una raza pura, es decir, que sus características se han logrado por selección natural a través de los siglos y no por cruce de otras razas.
Los galgos son grandes corredores. Pueden alcanzar velocidades de 60km/h. Por eso tradicionalmente han sido perros de caza, cuyo objetivo primordial eran las liebres. Su origen cazador ha contribuido, sin duda, a que no hayan recibido el buen trato y respeto que se merecen. Tanto es así que en el lenguaje coloquial proliferaron numerosas expresiones que no dejaban en muy buen lugar a nuestros queridos galgos.
Expresiones tales como “échale un galgo” (que denota la dificultad de alcanzar a alguien, o la de comprender u obtener algo); “el que nos vendió el galgo” (expresión que se empleaba para referirse a alguien, conocido por dar chascos); “la galga de Lucas” (que denota la ausencia de alguien cuando es más necesario); “váyase a espulgar un galgo” (que es lo mismo que despedir a alguien con desprecio”) y un largo etcétera. Aunque, por suerte, la mayoría de ellas ya han caído en desuso.
Los galgos también están presentes en refranes tan populares como “de casta le viene al galgo: rabicorto y patilargo”. O “a galgo viejo, echadle liebre, no conejo” (que recomienda que a las personas con experiencia se les asignen tareas difíciles, acordes con su saber hacer y sus capacidades). O también “galgo que va tras dos liebres, sin ninguna vuelve”, es decir, mejor tener un objetivo claro a dividir esfuerzos. E incluso: “Más corre el galgo que el mastín; pero si el camino es largo, más corre el mastín que el galgo. No obstante, los dos corren bastante”, que resalta las diferencias entre unos y otros, sin desmerecer sus respectivas naturalezas.
En la literatura, asimismo, los galgos han tenido cierto protagonismo. El Arcipreste de Hita escribía que “A la liebre que sale, luego, le echa la galga…”, y resaltaba la principal y ancestral función de esta raza. También Benito Pérez Galdós en su obra Amadeo I menciona a los galgos en el fragmento que sigue:
“En un tris estuvo, podéis creérmelo, que saltara yo desde la consola al regazo de la patilluda señora para felicitarla por su atinado consejo. ¡Qué discreción, qué talento, qué golpe de vista! Yo me decía: “De casta le viene al galgo. Ya sé que te engendró el primer escritor del siglo! […]”
Y, cómo no, también se habla de los galgos en la primera frase de la obra más importante de todas las que se han escrito en español:
“En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor”.
Poco a poco la situación va cambiando y la insensibilidad hacia los galgos ya no es un lugar común. Gracias, entre otras cosas, a la labor de concienciación que están llevando a cabo asociaciones como SOS Galgos. Hoy en día se sabe que los galgos son unos compañeros perfectos. Por su carácter algo tímido y dulce, por su nobleza, porque se adaptan bien a la vida en una casa y se muestran tolerantes con la presencia de otras mascotas. Por no hablar de su belleza. Era cuestión de tiempo que unos animales tan encantadores ocuparan el lugar que se merecen en la sociedad.
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