Ya en el Antiguo Egipto existían los aristopeters. Los perros y los gatos eran muy, pero que muy queridos. Los egipcios los cuidaban y los malcriaban, más o menos como hacemos hoy en día los aristopadres.
El perro ya era el mejor amigo del hombre, el compañero más fiel en la casa y también el mejor camarada en la caza. Mientras que el gato empezó siendo un eficaz cazador de ratones, serpientes y otros animales poco deseados en hogares y graneros. Pero gracias a ello se ganó el afecto y la simpatía de los campesinos, y se convirtió en un huésped más de la casa.
Las mascotas vivían cerca de sus amos y recibían toda clase de cuidados durante su vida terrenal (como desvela el estudio de las momias de los animales): el pelo brillante y los huesos fuertes revelan una alimentación continua, sana y equilibrada.
El célebre historiador griego Heródoto de Halicarnaso visitó Egipto a mediados del siglo V a.C. y afirmó que “los animales domésticos eran abundantes”. Él mismo dio testimonio de la gran desolación que la muerte de una mascota producía entre los habitantes de la casa. Tanto es así que cuando moría un gato, los miembros de la familia se depilaban las cejas en señal de duelo. Cuando moría un perro, se afeitaban todo el cuerpo, hasta la cabeza. ¿Os imagináis?
Como en el Egipto faraónico se atribuía a la imagen un poder mágico y religioso, al morir, los egipcios se hacían representar junto a sus mascotas en los muros de sus tumbas, en las estelas funerarias y en los sarcófagos. Se creía que así podrían seguir felizmente juntos en el Más Allá. De hecho, a partir del Imperio Nuevo (1552 a.C.), el gato aparece representado en los muros de las tumbas de sus dueños con mayor frecuencia. A juzgar por las imágenes, este animal se convirtió en la mascota favorita de algunos miembros de la realeza, como la reina Tiy, la princesa Satamón o el príncipe Tutmosis, primogénito de Amenhotep III, quien mandó elaborar un sarcófago de piedra con bellos relieves e inscripciones para su querida gata Tamit.
Además, cuando morían, algunas mascotas eran momificadas con esmero. El cadáver se colocaba sobre una mesa de embalsamar especial para para extraer sus órganos internos. Una vez extraídas, las vísceras se limpiaban y enjuagaban con sustancias aromáticas, y eran colocadas de nuevo en el interior de la cavidad abdominal. Previamente, el cuerpo había sido desecado con natrón (un tipo de sal) y rellenado con mirra, canela y otros productos. Acto seguido, se aplicaban ungüentos a base de resinas, gomas y aceites perfumados y se fajaba el cuerpo con vendas de lino. Terminado el proceso, la mascota embalsamada se colocaba dentro de un ataúd o de un sarcófago y se enterraba cerca de quienes habían sido sus dueños.
Dado que el coste del embalsamamiento era considerable, que una mascota fuera momificada denotaba que había sido extremadamente querida e importante para su dueño.
Aunque las prácticas han cambiado, sin lugar a dudas la necesidad actual de tener cerca a nuestras mascotas, aunque ya no estén, es algo que hemos heredado de los antiguos egipcios.
Si queréis saber más sobre este apasionante tema, no os perdáis el siguiente vídeo: