Durante años se ha pensado que la comida era la mejor manera de premiar a los perros. Cuando se portan bien, cuando llevan a cabo un truco, cuando aprenden algo nuevo… el recurso más socorrido ha sido la conocida «galletita». O en su defecto cualquier otro alimento que pueda ser del agrado del perro. Y así se hace, en realidad, con la mayoría de especies que establecen un vínculo estrecho con los humanos.
No tenemos más que remontarnos a los famosos experimentos de condicionamiento clásico que llevó a cabo a principios del siglo XX el fisiólogo y Premio Nobel ruso Ivan Pavlov. Pavlov demostró que si los perros están entrenados para asociar un estímulo particular con los alimentos, salivarán con la mera presencia del estímulo, a la espera de la comida. Estos experimentos venían a decir que los perros solo quieren comida y que sus propietarios son simplemente el medio para conseguirlo. (Nótese que en este caso hemos dicho «propietario» y no «aristopadre».)
Dichas teorías están dejándose de lado y siendo sustituidas por otras más actuales. Parte de la comunidad neurocientífica defiende que los perros valoran el contacto humano en sí mismo.
Así lo demuestra un nuevo estudio publicado en la revista Social, Cognitive and Affective Neuroscience, auspiciado por la Universidad de Emory y firmado por Gregory Berns. La investigación es una de las primeras en combinar los datos de imágenes del cerebro con los experimentos de comportamiento para explorar las preferencias de recompensa de los perros.
En ella participaron 13 perros. La mayoría de ellos (nueve) antepusieron el afecto y las muestras de amor por parte de sus aristopadres a los alimentos. Mientras que una minoría mostró la misma preferencia por ambos tipos de recompensa, o solo por la comida.
Para el experimento, los investigadores entrenaron a los perros asociando tres objetos distintos para diferentes resultados. Un camión de juguete de color rosa marcó una recompensa de comida; un caballero azul de juguete señaló elogio verbal del propietario; y un cepillo para el cabello no señaló ninguna recompensa, sirviendo como control. Se realizaron tests con los tres objetos en una máquina de resonancia magnética funcional. Y cada perro fue sometido a 32 ensayos para cada uno de los tres objetos mientras se registraba la actividad de sus neuronas.
Posteriormente los sometieron a un experimento de comportamiento. Cada perro estaba familiarizado con una habitación que contenía un laberinto en forma de Y: un camino llevaba a un plato de comida y el otro, al dueño del perro. Los propietarios estaban sentados de espaldas a sus perros. Entonces se soltaba al perro para que eligiera un camino. Si iban con el dueño, el dueño les felicitaba.
La mayoría de los perros se alternaron entre el alimento y el dueño, pero los perros con la respuesta neural más fuerte hacia los elogios optaron por ir con sus propietarios de 80 a 90 por ciento de las veces.
Los estudios se enmarcan en el Dog Project, que investiga cuestiones evolutivas que rodean al mejor y más antiguo amigo del hombre, con el fin de comprender la base del vínculo entre perros y humanos.
Y es que los perros son excepcionales. Por eso no es de extrañar que, siendo tan cariñosos y fieles, antepongan el cariño de sus aristopadres frente a los alimentos. Lo que quiere decir que recompensar con comida está bien y sin duda los perros lo agradecen. Pero es mucho mejor hacerlo con cariño. Eso es lo que hace realmente feliz a un perro. Y es comparable a cómo nos sentimos nosotros cuando nos elogian. Así que ya sabéis, queridos aristopeters: a partir de ahora más palabras y besos, y menos galletitas