La rivalidad entre hermanos es algo natural. El resultado del choque de personalidades de cada uno, de la búsqueda de atención y de afán de posesión: desde los juguetes, pasando por la comida, hasta —cómo no— el amor paterno. Por lo general, coincide con la etapa de crecimiento de los niños y, con el paso del tiempo, se diluye. Pero mientras dura… es difícil de sobrellevar. Tanto para los propios hermanos, como para los padres (¿quién no ha vivido esto en sus propias carnes?)
Por suerte, en muchas familias (¡cada día en más!), contamos con la maravillosa presencia de los ARISTOPETS. Los ARISTOGATOS y los ARISTOPERROS renuevan la energía de cualquier hogar, ayudan a diluir las posibles tensiones, fomentan el juego y la colaboración, en definitiva, dan vida a cualquier casa y a cualquier familia.
Además de eso, son los aliados perfectos de los niños. Los protegen, los vigilan, los quieren, los acompañan en sus juegos, los motivan y, también, se convierten en un apoyo fundamental para ellos, en esta etapa de la vida en la que no siempre ven con buenos ojos a sus hermanos.
En muchos casos, una mascota se constituye como una compañía única, no equiparable con la de padres, amigos o hermanos. Un ARISTOPET es un aliado, un confidente, un amigo del alma. Por eso la mayoría de los niños se desesperan por interactuar con animales y, quienes tienen uno en casa, ansían volver del cole para poder verlo, acariciarlo y jugar.
Es por esto que, según un estudio de la Universidad de Cambridge, publicado en el Journal of Applied Developmental Psychology, los animales domésticos pueden influir enormemente en el desarrollo infantil y tener un efecto positivo en las destrezas sociales y el bienestar emocional de los niños.
Para demostrarlo, el equipo a cargo de la investigación hizo una encuesta a niños de 12 años provenientes de 77 familias, donde hay al menos una mascota de cualquier tipo y más de un menor en el hogar. Los niños participantes afirmaron que las relaciones eran muy sólidas con sus mascotas en comparación con las que tienen con sus hermanos y hermanas. Dentro de este grupo aquellos niños que tenían perros mostraron tener relaciones con menores niveles de conflicto y mayor satisfacción que los dueños de otro tipo de mascota.
Y es que aunque los ARISTOPETS no comprendan por completo ni respondan verbalmente, el grado de confianza que se alcanza con ellas es mayor que si se compara con el desarrollado con los hermanos y hermanas. El hecho de que las mascotas no puedan comprender o responder verbalmente puede incluso ser algo positivo, ya que significa que «no nos están juzgando». Esto explicaría por qué algunos niños, por ejemplo, no pueden leer en voz alta frente a otras personas, pero sí frente a un animal.
En nuestra cultura, tener una mascota en el hogar es una realidad casi tan común como la de tener hermanos y hermanas. Toda persona que haya amado a una mascota durante la infancia sabe que brindan compañía y confianza, tal como sucede con las relaciones humanas. De hecho, quienes hemos tenido ARISTOPETS durante toda nuestra vida, recordamos con un amor especial a esa que nos acompañó durante nuestros primeros pasos, esa que estaba ahí en cada juego, en cada caída, en cada progreso. Ese ARISTOPERRO o ARISTOGATO siempre tendrá un lugar especial en nuestro recuerdo, equiparable —por qué no— al del primer amor.